Haitianos de Fe ¡¡ – Quilinic el Diario

Haitianos de Fe ¡¡

Joubert Adrien, haitiano de 31 años, es un tipo calmo y de sonrisa fácil. Hoy, en cambio, traje oscuro, impoluta camisa blanca, corbata azul, luce nervioso.

Mira intranquilo el lugar donde están los instrumentos: la guitarra eléctrica, el bajo, la batería, los teclados. Luego observa el techo, repleto de cintas y globos blancos y azules. Como esperando que todo esté perfecto.

En la sala, aún casi vacía, uno de los músicos, para verificar el sonido del micrófono, en lugar de decir «aló, aló, probando», dice «Aleluya, a-le-lu-ya».

Es sábado por la tarde, y en la entrada de la primera Iglesia Evangélica Haitiana de Chile, que el propio Joubert ayudó a fundar, empiezan a entrar uno a uno sus compatriotas.

Las mujeres aparecen con faldas blancas, cintas y trenzas; los hombres, con traje, pañuelos en el bolsillo de la chaqueta, zapatos lustrados, mientras un joven esparce pétalos sobre la alfombra azul.

La ceremonia comienza con un canto tipo gospel. Minutos después, un pastor habla en español, y de inmediato un traductor repite lo mismo, pero en creolé, la lengua de su país.

Para Joubert Adrien -quien llegó a Chile hace siete años huyendo de la crisis política de su país-, esta es una ocasión importante.

Hoy se ordena pastor de su iglesia. Lo acompañan su señora -que canta en el coro- y sus dos hijos. Junto a él, otros cinco haitianos darán el mismo paso.

El barrio haitiano

El lugar está ubicado en la comuna de Quilicura, en la calle Santa Luisa con el pasaje Cerro Tres Frailes.

El ambiente es festivo, y ya están presentes más de 200 personas en la ceremonia. Cantan a todo pulmón.

Si usted sale de la iglesia y camina unas cuadras, podría sentirse en las calles de Puerto Príncipe, la capital haitiana. A ratos se ven más personas provenientes de la isla. De hecho, al recorrer un segmento de Avenida Matta hay una cuadra completa solo con comercios administrados por haitianos.

Benjamín Chabelon, quien llegó hace seis años a Santiago, instaló un call center . Ahí se arriman los vecinos a llamar a sus parientes. La lejanía pesa.

En otra tienda se venden yucas y plátanos verdes, alimentos esenciales en la cocina haitiana.

Unos pasos más allá está la peluquería «Chuesley», de Rose Bernitte (33 años). En la clientela hay casi únicamente haitianos, más un chileno que se tiende cómodamente en una de las sillas.

La especialidad de Rose son las trenzas. Los distintos tipos de corte están en un afiche. Ella sabe que pocos peluqueros manejan con tanta maestría el tipo de pelo y estilo de sus coterráneos.

A Rose le ha ido bien. Salvo porque algunas vecinas llaman a veces a los carabineros para denunciar que hay mucho ruido en su peluquería. «No sé por qué lo hacen», dice, apesadumbrada, y desmiente cualquier altercado.

En el barrio no faltan los puestos de comida rápida. El Kokoye reza «Manje tipik ayisien», y más abajo «Comida caribeña para llevar». Ahí, Berline Chamblain (33) vende arroz, porotos negros, plátanos fritos.

En el sector conviven personas que ya tienen residencia y trabajan, con otras que se encuentran indocumentadas y cesantes. Hasta 2014, los representantes de la embajada de Haití señalaban que había más de 4 mil de sus compatriotas en Chile. Pero esa cifra se ha incrementado a la par de muchos que están «sin papeles».

Algunos se sientan afuera de los locales a conversar en creolé o en un dificultoso castellano. Una de las primeras palabras que aprendieron de los chilenismos -dicen, con humor- es «huevón» y «cachái».

Estafas en los arriendos

Los haitianos, mucho más que otros migrantes, tienden a asentarse en los mismos barrios. Su problema, claro, es el idioma. Les cuesta aprender el español, y por lo mismo dicen ser víctimas recurrentes de estafadores.

«El tema del arriendo es un dolor de cabeza para nuestra población inmigrante. Somos más víctimas, porque muchos no hablan español. Con los subarriendos se aprovechan de nuestra situación. Hay personas que terminan arrendando pequeñas piezas por 200 mil pesos al mes. Es una estafa», dice Adneau Desinord, quien trabaja en la embajada de Haití y, además, creó la Organización sociocultural de los haitianos en Chile.

Así se observa en casas y departamentos de Quilicura.

De vuelta en la ceremonia, ya los nuevos pastores están en fila sobre el escenario. Adrien toma fuertemente su Biblia, plastificada y algo raída de tanto abrir y cerrar para buscar versículos. Su mujer es la encargada de entregarle la credencial que lo convierte oficialmente en pastor.

Adrien, después de conversar con muchos de sus compatriotas, cree que los haitianos en Chile quieren quitarse el estigma de los «pobrecitos» que vienen de un país que parece en constante crisis.

Ahora, con sus nuevas credenciales, buscará luchar por eso.

Periodista : Gabriel Pardo (El Mercurio)

Deja un comentario